De Gijón a Castropol, frontera con Galicia, te invitamos a recorrer una apasionante ruta de 128 kilómetros por la Costa Verde. Vamos a visitar los pueblos marineros y playas del occidente astur, saborear su gastronomía, descubrir sus tradiciones, y todo sin perder de vista el Cantábrico.
DE GIJÓN A LUANCO Disfruta del mar en todos los sentidos
En este periplo por el oeste asturiano, nuestra ruta comienza en Gijón, la segunda de las tres grandes urbes astures (junto a Oviedo, la capital, y Avilés, situada a 30 km de la anterior) y la única de este trío de guapas que cuenta con salida al mar.
Hablar de Gijón es referirse a Cimadevilla, su corazón, que penetra en el Cantábrico como una lengua de tierra. Aquí encajan con la precisión de un puzzle las principales señas de identidad gijonesas: desde su plaza Mayor porticada –sede del Ayuntamiento– hasta la del Marqués, con una de las muchas estatuas erigidas en Asturias en honor a Don Pelayo, héroe de la Reconquista.
Visita también la Torre del Reloj –antigua cárcel reciclada en museo nacional– y el palacio de Revillagigedo (Tel.: 985 34 69 21), una auténtica joya del barroco civil que acoge un centro cultural con exposiciones de arte contemporáneo. La entrada es gratuita con la Gijón Card.
Esta misma tarjeta, no solo te permitirá acceder gratis a los transportes públicos y entrar en los museos, sino también un descuento del 25% en los restaurantes de su Ruta de la Sidrería, con un menú que incluye un entrante, dos platos, postre y botella de sidra.
EL GRAN HOMENAJE DE CHILLIDA
Protegiendo el abigarrado casco antiguo gijonés se alza el cerro de Santa Catalina, cuya guinda la puso el escultor vasco Eduardo Chillida con una de sus más veneradas obras: El elogio del horizonte (1990). Se trata de una escultura circular de hormigón, de 10 metros de alto y 500 toneladas de peso, que parece un pararrayos protector de la ciudad. A sus pies, lugareños y foráneos se acomodan al borde del acantilado absortos ante la panorámica de un mar que parece no tener fin.
Al oeste de Cimadevilla se refugia el ordenado puerto deportivo y, al este, la playa de San Lorenzo, que parece capaz de acoger en su generoso seno a toda la vecindad y visitantes. Más pequeñas y coquetas, junto al puerto, están las playas de Poniente y Arbeyal.
Si después de una jornada intensa de visitas, aún te sientes con ánimos de tomar una copa tras la cena, te proponemos unos cuantos lugares. Puedes empezar por Gato Tuerto (Plaza Nicanor Piñole, 1, junto a la plaza de Europa), con su animado karaoke; el café-bar Bambara (Marqués de San Esteban, 9), frecuentado por jugadores del Sporting; o Bulevar (Claudio Alvargonzalez, 8), ya en plena Cimadevilla. Saliendo de Gijón en dirección al Cabo de Peñas, pasamos antes por dos pueblos pesqueros con encanto. El primero es Candás, una antigua villa de balleneros que fondeaban en aguas irlandesas. Aquí rescataron del mar en el siglo XVI un Cristo, que cobijan en la parroquia de San Félix. También puedes visitar la plaza del Pescador y la fuente de Santarúa (del siglo XVIII), con sus cinco caños.
El otro pueblo es Luanco, donde no debes perderte la iglesia de Santa María –con sus siete retablos barrocos– y la Torre del Reloj, una antigua cárcel que hacía las veces de punto de vigía. Pero, sobre todo, reserva tiempo para ver el Museo Marítimo de Asturias (Gijón, 6. Tel: 985 88 01 01), que recoge toda la actividad marinera astur.DE CUDILLERO A CASTROPOL Por la Costa Verde
Siguiendo la ruta, llegamos al espectacular Cabo de Peñas. Sus abruptos acantilados de más de 100 metros de altura dan aún mayor realce a este bello fenómeno geológico que irrumpe en el mar como una daga, desafiando las embestidas de las olas del Cantábrico. Algunos se conforman contemplándolo desde la terraza del bar, junto al faro. Los más osados, se lanzan a la vertiginosa aventura de alcanzar –andando y escalando– el extremo del peñón.
Tras cruzar la ría del Nalón, puedes darte un chapuzón en la tranquila playa de Quebrantos (en Soto del Barco) antes de llegar al pueblo más bello –¡y más fotografiado!– de todo el litoral asturiano: Cudillero.
Semioculto por montañas que casi llegan al mar, lo mejor para quedar flechado por su magia es dar un rodeo y acceder a él desde abajo, desde su puerto. Una vez aquí, tras girar un recodo y entrar a la plaza de la Marina, el impacto visual de sus casas de colores colgando de las montañas cautivan al más exigente.
Sus habitantes, dada la oleada de turistas que les visitan, son los astures más abiertos. Por ello no es de extrañar que los pixuetos –así se les llama, con la terminación germánica ueto, por las supuestas raíces nórdicas de sus primeros pobladores, vikingos– orientan a los neófitos sobre los lugares donde tomar las mejores panorámicas, sobre todo al caer el sol, cuando las primeras luces de las casas y los chiringuitos iluminan este anfiteatro marinero.
Su laberinto de callejas, como en una kasba, serpentea entre las casas, en muchas de las cuales cuelgan restos de curadillo, un pez escualo que se deja secar durante cinco meses.
En la zona de El Pitu está el espléndido conjunto palaciego de los Selgas (www.selgas-fagalde.com), también conocido como el Versalles asturiano. Y tampoco debéis perderos las visitas a la capilla del Humilladero, el edificio más antiguo del pueblo; ni a la iglesia gótica de San Pedro, del siglo XVI, de una sola nave y reconstruida tras ser incendiada durante la guerra civil.
A la salida de Cudillero hay otra maravilla natural: el cabo de Vidio (en Oviñana). Se trata de un acantilado de unos 80 metros, con un faro y una cueva, La Iglesona, formada por la erosión, que se puede visitar en la bajamar. Junto a él, la costa astur nos regala su playa más misteriosa: la del Silencio. Su arena negra, como la caldera de un volcán, rinde honor a su nombre por su difícil acceso: media hora por un sendero y luego unas escalinatas, lo que la hace poco frecuentada. Para llegar a ella debes tomar el desvío de Novellana, por la N-632.
EN LA 'VENECIA ASTURIANA'
La siguiente escala es en otro pueblo de innegable glamour pesquero, Luarca. La capital del concejo de Valdés –conocida también como la Venecia asturiana por el serpentín que provoca en sus entrañas el río Negro– aúna en su seno los tres ingredientes típicos astures: el mar, el río y la montaña. Todos ellos son perfectamente visibles desde el mirador de la Atalaya (uno de los cuatro situados en sus puntos cardinales), en la colina que protege al puerto, muy cerca del cementerio.
En este camposanto, uno de los más bellos de España por sus esculturas y su entorno (frente al Cantábrico), descansa todo un prestigioso premio Nobel: Severo Ochoa.
La tumba de Severo Ochoa es lugar de peregrinaje de muchos curiosos. Nacido en esta localidad, Severo Ochoa se doctoró en Medicina en Madrid para dar el salto a Estados Unidos en 1942. Aquí descubrió la síntesis del ADN, que le valió el Nobel en 1959.
La mejor manera de conocer Luarca es dejarse caer por cualquiera de sus tres barrios de pescadores, todos ellos de origen medieval, que rodean el puerto.
Puedes elegir entre el de La Pescadería –el de más solera, con calles estrechas y tortuosas pero de una gran belleza–, el de Carril y el Cambaral.
Este último tiene un rincón mágico. Se trata de una mesa de piedra donde antaño se reunían los pescadores y que está inmortalizada en un precioso mosaico de cerámica. En la actualidad, es un punto de encuentro de las lugareñas, que acuden a coser, zurcir y, sobre todo, a intercambiar confidencias.
El centro neurálgico de Luarca es la plaza de Alfonso X, sede del Ayuntamiento; y su iglesia parroquial, Santa Eulalia, donde podrás disfrutar de sus interesantes retablos barrocos y rococós. Estás cerca del bullicioso puerto por lo que, tras visitar la villa, puedes dar un paseo por él, repleto de bares donde sirven pescado fresco y marisco, entre las decenas de barcas de pesca que se mecen sobre el agua.
En El Trasgu (Rivero 10. Tel.: 985 64 20 49), degusta sus sabrosas almejas; y, en Cambaral (Rivero 15, Tel.: 985 64 09 83), su variado surtido de pinchos. Una última recomendación: no dejes Luarca sin subir a la cima del barrio de La Peña, no solo para visitar su capilla barroca, San Martín, sino por la soberbia panorámica que obtendrás del pueblo y su río.
Puedes también visitar la preciosa Fuente del Bruxo, en la calle de la Fuente, una bonita construcción del siglo XVIII, de estilo neoclásico.
Siguiendo la costa llegamos a Navia, villa industrial marcada por la ría en la que desemboca el río del mismo nombre y donde se asienta uno de los más importantes astilleros astures. Su precioso mirador de los Balleneros da fe de la actividad que desde allí llevaron a cabo los pescadores asturianos en siglos pasados. Si tienes suerte, y la temperatura lo permite, date un chapuzón en Fabal, pequeña playa en forma de concha.
BAILANDO LAS OLAS
A pocos kilómetros, Tapia de Casariego es otro pueblo de parada obligatoria y un pequeño paraíso para los surfistas, deporte introducido aquí en 1968 por un grupo de australianos que vieron en sus playas un escenario ideal; incluso existe un campamento para amantes de este deporte: el Surfhouse. Su coqueto y recogido puerto está presidido por un épico conjunto escultórico que rinde tributo a todos los hombres que dejaron su vida en la mar. Su centro está situado en torno a la plaza de la Constitución y hay diversos miradores, entre los que destaca el de Os Cañois, al sur del puerto, donde los vecinos de antaño combatían a sus enemigos.
Si te gusta el senderismo, la Ruta del Pico Faro, de dos horas, te llevará hasta un impresionante mirador y al Santuario de los Santos Mártires. Si prefieres disfrutar el mar, un zigzagueante paseo que bordea la costa te permitirá acceder a algunas de sus mejores playas, como Castelo o El Sarrello.
Apenas 4 km después de dejar la N-634, que atraviesa por un largo puente la ría del Eo para adentrarse en Galicia, llegamos a Castropol, fin de trayecto. Como fiel testimonio de su pasado indiano están los palacios de los Marqueses de Santa Cruz, el de las Cuatro Torres, el de Valledor y Villa Rosita. También puedes navegar por la ría del Eo con el Nuevo Agamar (www.nuevoagamar.com), una embarcación que recorre Figueras, Ribadeo y Castropol en un circuito de media hora.
Castropol está elevada sobre una pequeña península, con la torre de su iglesia, Santiago Apóstol, como mástil. La silueta de este vigía fronterizo se refleja en las aguas del Eo al caer el sol (para delicia de los amantes de la fotografía) desde el muelle de la cercana aldea de Figueras. Un romántico final para esta ruta por la Costa Verde astur, mirando siempre al mar.