Casi un siglo después de la muerte de Joaquín Sorolla, la capital valenciana se reinventa y despliega un irresistible abanico de ofertas. Aquí tienes huertos urbanos, cafés librería, un nuevo barrio de moda con alma multicultural y una pasión por la estética que se refleja en cada rincón, desde la arquitectura hasta la gastronomía. Además, este año el pintor estrena sala en el Museo de Bellas Artes, junto a los Jardines del Turia.
Casco Antiguo Descubre lo último
Llegar en tren a esta capital mediterránea es un lujo, sobre todo con el AVE, que finaliza su recorrido en la flamante estación Joaquín Sorolla. Pero, si buscas un momento mágico comienza tu recorrido en la Estación del Norte, con su llamativa fachada de naranjas realizada en pleno furor de la exportación de este cítrico.
Dentro, las vidrieras art decó y los carteles deseando buen viaje en varios idiomas, hasta en ruso y árabe, te darán idea del pasado multicultural de la ciudad. Estás en el punto idóneo para empaparte de su sabor milenario así que enfila la avenida Marqués de Sotelo, que desemboca en la plaza del Ayuntamiento.
Una vez al año, en Fallas, todas las cámaras enfocan el centro de este espacio, donde se coloca la mascletà y la fallera mayor saluda desde el balcón. El resto de los meses, la plaza ofrece sus dimensiones extraordinarias e irregulares, con las cúpulas doradas del Ayuntamiento, su torre del Reloj y las esculturas de Mariano Benlliure –amigo de Sorolla– asomadas sobre los puestos de flores y los juegos de las fuentes.
A tu izquierda, por San Vicente, te espera el gran templo del comercio: el Mercado Central, el mayor de Europa, con 8.000 m2 dentro de un edificio modernista de estructura metálica y luz natural. Aquí puedes comprar anguilas vivas para cocinar all y pebre –un guiso que, además, lleva, patatas y pimiento– y tomar un aperitivo en el Bar Mercado, de Ricard Camarena.
Al salir, te toparás con la Lonja de Mercaderes, joya del gótico valenciano declarada Patrimonio Mundial, donde se regulaba el comercio marítimo.
Admira la Sala de Contratación, con sus columnas que imitan palmeras y, al salir, fíjate en sus escalones: aquí situó Sorolla El grito del palleter, pintado antes de su beca en Roma.
ENCAJES EN LA PLAZA REDONDA
Si buscas artesanía, llévate unas espardeñas en Aïnna Munt (Derechos, 19), o peinetas de fallera de Julio Portet (Jofrens,8), uno de los pocos orfebres de la ciudad. Aprovecha que estás junto a la Plaza Redonda para comprobar lo bien que le sienta la remodelación, en 2012, de sus típicos puestos de encajes. Tómate una horchata frente a la iglesia de Santa Catalina, donde fue bautizado Sorolla, antes de entrar en la Plaza de la Reina y la catedral, con sus 11 campanas más la de Vicente –que da los cuartos– y la de Miguel, que da nombre a la torre.
De espaldas a la seo verás la Plaza de la Virgen y su fuente, con el río Turia: ¡ojo! No es Neptuno. Aquí se reúne cada jueves el Tribunal de las Aguas, una antiquísima institución, declarada Patrimonio de la Humanidad, que soluciona problemas de riego de las huertas.
Compra caramelos artesanales de naranja y limón en La Casa de los Dulces (Muro de Santa Ana, 6) o, si es de noche, saborea un agua de Valencia en el Café de las Horas (Conde de Almodóvar, 1) antes de llegar a las Torres de Serranos: la puerta norte de las antiguas murallas, con unas vistas únicas del Jardín del Turia.
Ensanche Aquí todo se mueve
A principios del siglo XX el modernismo irrumpió con fuerza en la escena valenciana como expresión natural de una creciente burguesía que se había establecido fuera del casco histórico, tomando como frontera la calle Colón. La Casa de los Dragones –en el nº 6 de Sorní, símbolo de la Compañía de Ferrocarriles del Norte– es un buen ejemplo de esta manifestación artística, que también encontrarás en otros edificios con tintes neogóticos, como la iglesia de San Vicente Ferrer –o de los Padres Dominicos– y, por supuesto, en el Mercado de Colón (www.mercadocolon.es), proyectado por Francisco Mora a principios de siglo. Tras su rehabilitación, en el año 2000, el espacio cambió su orientación para ofrecer restaurantes, conciertos de música clásica los domingos (gratuitos) y tiendas gourmet.
RUZAFA, EL BARRIO DE MODA
Estás en el Ensanche – L'Eixample, en valenciano–, la zona que creció tras el derribo de la muralla medieval de la ciudad y donde nace un barrio multicultural que arrasa con nuevas propuestas: Ruzafa. El origen de su nombre –proviene del árabe jardín: Russafa era residencia de verano de los reyes musulmanes– le viene como anillo al dedo a su espíritu de fusión.
Aquí puedes encontrar los regalos con aire retro de Las Chinas (Conde Altea, 2-B) –su nombre es un guiño a las tiendas de chinos–, tomar un café con lecturas inglesas en Rana Books (Avda. Reino de Valencia, 15) o relajarte en Jardín Urbano (Pedro III el Grande, 26), un espacio con tés, juegos, y lo mejor: una vez al mes, imparten cursos para crear un huerto urbano incluso en el balcón de tu casa.
Si el hambre aprieta, entra en American Cupcakes (Maestro José Serrano, 7), con todo lo que puedas imaginar en torno a este dulce americano: plantillas, colorantes, moldes… buenos precios y mejor humor. Y, en el colorido Mercado de Ruzafa (Barón de Cortes, s/n), tienes desde productos de agricultura ecológica hasta calabaza asada o paella para llevar.
Por la tarde, entra en La Pinça (Pintor Salvador Abril, 34), una boutique gastronómica donde tomar un cóctel mientras te pruebas ropa de diseño. O en Ubik Café (Literato Azorín, 13), el primer café librería de Ruzafa, un animadísimo espacio con menú degustación, música, talleres de cocina, cuentacuentos, reciclaje…
Actividades De cara al agua
La America's Cup, la Marina Real Juan Carlos I, la actividad comercial de su puerto –el primero del Mediterráneo– o la turística, con varios cruceros atracando cada semana. La pasión por el agua pertenece al ADN valenciano. Incluso las malas experiencias con el líquido elemento tienen aquí un final feliz.
El mejor ejemplo son los Jardines del Turia. Tras la riada de 1957, el río se desterró de la ciudad y, años después, su cauce se transformó en un jardín urbano de 9 kms: 110 ha que lo han convertido en uno de los parques más grandes de Europa y uno de los más visitados, con 3 millones de personas al año y 18 puentes entre antiguos y modernos, como el de Calatrava.
Esta arteria verde comienza en el Parque de la Cabecera con Bioparc (www.bioparcvalencia.es) un gran centro zoológico que recrea diferentes ecosistemas naturales –la sabana seca, los bosques ecuatoriales… incluso una cueva, la de Kitum, entre Kenia y Uganda– y que este año celebra su quinto aniversario.
En la margen izquierda, junto a los Jardines de Viveros, encontrarás el Museo de Bellas Artes (www.museobellasartesvalencia.gva. es gratuito), que este año explora la obra de Sorolla en una nueva sala.
Tras el Palau de la Música (www.palaudevalencia.com) –con la acústica de un stradivarius, según Plácido Domingo–, llegarás al Parque del Gulliver (Gratuito), donde te espera el gigantesco personaje con sus piernas y brazos convertidos en toboganes, zonas de escalada y columpios.
Más adelante, la Ciudad de las Artes y las Ciencias (www.cac.es) es una invitación a pasear por la cultura a través de sus principales espacios: el Museo de las Ciencias y L'Oceanogràfic.
COLORES DE LA MALVARROSA
Camino de la costa, llegarás al Cabañal, el popular barrio de pescadores amenazado con desaparecer para poner en marcha un plan que conecte el centro con la playa. Puedes llegar en tranvía –sale de la estación Pont de Fusta– pero olvídate de encontrar ese halo de nostalgia que Manuel Vicent describía en su Tranvía a la Malvarrosa: hoy, la playa es un gran balneario de ciudad que se abarrota los fines de semana.
Continúa hacia el paseo marítimo. Casi en la playa de la Patacona, encontrarás un chalecito que llama la atención. Se trata de la Casa-Museo Blasco Ibáñez un pequeño espacio que recoge objetos del autor de La Barraca y de sus grandes amigos, como Joaquín Sorolla. Desde este balcón sobre la Malvarrosa, te será fácil imaginar las escenas del pintor que mejor retrató la luz valenciana.